Más allá de los sobres llenos de
billetes, sobresueldos y comisiones, hay una práctica generalizada entre la
clase política de nuestro país que no le llaman corrupción, ni está tipificada
en código penal pero, sin duda, supone un desprecio absoluto al esfuerzo de los
ciudadanos.
Ismael viene de una reunión con
emprendedores de su localidad organizada por la asociación local de empresarios
y la casualidad le ha llevado a coincidir uno de los responsables del municipio. Como no podía ser de otra manera, en algún momento de la tertulia ha salido el tema de tan triste actualidad y, como es lógico, el político ha defendido a la gran mayoría de sus compañeros que se entregan al servicio público y a los ciudadanos incluso, en muchos casos, menoscabando sus intereses personales.
La conversación se desvió hacia las estrategias que siguen las empresas para aumentar las exportaciones, tema que aprovechó el político para acaparar el centro de atención contando anécdotas acerca de empresas conocidas y empresarios que aparecen día sí, día también, en la prensa salmón y, a veces rosa, jactándose de tratarles de tú. Cuando el ambiente estuvo relajado Ismael le pidió que le comentara dónde había comido los cinco días laborables de la última semana y el protagonista, mostrando sus dotes de relaciones públicas y haciendo ver lo ocupado que estaba, le explicó:
- Lunes: Con una de las empresas contratistas tras reunión de control de servicios.
- Martes: Reunión en la central provincial del partido
- Miércoles: Recepción a la comisión de transportes del municipio vecino con la que se pretende llegar a un acuerdo en esta materia.
- Jueves: Homenaje a un funcionario del Ayuntamiento por sus 50 años de servicio.
- Viernes: En casa de sus padres; acostumbra a visitarles ese día y ya no vuelve al trabajo.
Ismael retomó la palabra y le dijo, “es decir, de los cinco días que tiene la semana, cuatro te hemos pagado tu comida con dinero público, unas veces directamente a través de las instituciones y otras indirectamente a través de contratistas de la Administración”.
Comidas habituales, y no precisamente menús de 10 euros, a cargo de nuestro dinero, visitas institucionales para hermanar el municipio o viajes con la excusa de un congreso desde hoteles de cinco estrellas, tableta y iphone de última generación. Cualquiera que esté cerca de este mundillo sabe que todo esto es lo habitual en las altas esferas de la Administración.
Un tren de vida fabuloso a cargo de la Visa de nuestras instituciones públicas, esta es la corrupción a la que se refiere Ismael. Una corrupción consentida socialmente y legitimada con un texto creado y aprobado por los mismos que se benefician de ello. Una corrupción aceptada por todos, donde los que lo ven más de cerca no alzan la voz por miedo a quedarse también sin sus prebendas o a ser perjudicados.
Yo también tengo Visa de Caja Madrid, y mi amigo Ismael, y usted que me está leyendo, pero a diferencia de las que usan los responsables políticos de nuestro país, las nuestras van contra nuestra cuenta y las suyas, contra la de todos.
Nos estamos dejando la piel por sacar nuestras empresas adelante, hacemos esfuerzos bárbaros para pagar los impuestos que permiten cumplir con el compromiso social adquirido por todos, sin embargo, nadie es capaz de poner freno a esta corrupción encubierta y generalizada que de una forma obscena cada día se nos muestra delante de nuestras narices y que permite a quienes dicen entregarse al servicio público y trabajar por los ciudadanos vivir con unas prebendas y un nivel de gasto muy por encima que el de cualquier ciudadano enmascarándolo gritando a voces el sueldo que oficialmente ganan.
Pero la culpa, en realidad, no es suya, la culpa es de todos nosotros que lo consentimos, que no tenemos valor para mirar a la cara a cada uno de estos personajes y le decirles, “¿pero no te da vergüenza?”. Incluso, a veces, hasta nos hace gracia, y la semana que viene el protagonista de esta historia comerá de nuevo cuatro veces a nuestra costa y se sentará a la mesa con personas que le adularán para ver qué pueden sacar de él y después le criticarán por la espalda. Quizá haya que preguntase, ¿tenemos lo que nos merecemos?
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